El hombre del Lexus. Jueves 20 de marzo/14
Me pasó esto hoy. Se detiene en la intersección de Miracle Mile y Ponce de León un lujoso Lexus de ultimo modelo . Para quienes no conocen esa intersección, entre todas las intersecciones que hay en el mundo, les explico que Miracle Mile y Ponce de León es una esquina en el centro de una zona muy próspera. Hay tiendas de mercancia de lujo. Joyerias con vitrinas en que se exhiben relojes Rolex, Cartier y Patek Phillippe. Mueblerías donde un sofá cuesta más que un condominio en Marbella. Hay una enorme librería Barnes and Nobles que siempre está llena. En estos tiempos en que el libro muere por falta de lectores, la Barnes and Nobles de Miracle Mile florece. Y es verdad, una librería no necesariamente es un símbolo del bienestar material. Pero es que en esa Barnes and Nobles los clientes compran muchos libros de arte, de esos que cuestan cientos de dólares. Hay restaurantes con menus carísismos. Los peatones se ven bien vestidos. Muchos hombres de cuello y corbata, muchas mujeres con el gusto y el presupuesto necesarios para la elegancia estilo Vogue Magazine. En su mayoría, son personas que trabajan en los bufetes o las oficinas de las mútiples empresas internacionales que tienen sus sedes estadounidenses allí en Coral Gables. De vez en cuando se ve a alguien paseando un perro. Siempre es un perro de raza. Predominan los French Bulldogs y los Malteses. Perros elitistas con dueños snobs. Ese es el ambiente. Es como una suerte de Beverly Hills floridano, pero sin la ocasional estrella de cine, aunque algunas de las bellas mujeres no se verían fuera de lugar en una película de Hollywood. Pero, ¿de qué estaba hablando? Ah, sí. Del hombre del Lexus. Regreso al hombre del Lexus. La señal del semáforo está en rojo. El conductor del Lexus es un hombre mayor. Viaja solo. Viste un traje oscuro. De pronto saca una hamburguesa. La devora en un instante, con solo dos feroces mordiscos, como si fuera un gigantesco y hambriento tiburón que se traga a una foca. Entonces aprieta un botón y baja la ventanilla de la puerta en la parte delatantera, del lado del conductor, y lanza al viento unos papeles, las envolturas de la hamburguesa que acaba de ingerir y de otros alimentos que compró en uno de esos restaurantes de comida rápida, “fast food,” como se le dice en inglés. Las envolturas caen al pavimento, Todo esto ocurre en el poco tiempo que toma para que la señal del semáforo cambie de rojo a verde. Segundos. Definitivamente menos de un minuto. Cuando la señal cambia a verde, el hombre aprieta el acelerador y el Lexus se dispara rumbo oeste por la Miracle Mile como si fuera el tren bala de Tokio. Inexplicablemente, yo de pronto siento lástima por el hombre. Está de prisa. Se vive con mucha prisa en este país. Se vive desesperadamente. Me viene a la mente aquello de Henry David Thoreau: Most men lead lives of quiet desperation. La mayoría de los hombres viven vidas de callada desesperación. En ese momento, no me acuerdo del contexto de la cita de Thoreau. A lo mejor no viene al caso. Pero es que pienso que este pobre hombre del Lexus está desesperado. Ingiere comida rápida en su carro de lujo, mientras huye o corre hacia algún lugar. No comprendo porque siento tanta compasión por este desconocido. Quizás veo en su prisa un triste reflejo de la frenética y delirante prisa de mi propia vida. Entonces veo en el pavimento las envolturas de la grasienta comida rápida que el hombre del Lexus lanzó desde su vehículo. Yo no entiendo porque me repugnan tanto las envolturas de papel de la comida basura. Me son más desagradables esas envolturas que la misma junk food. Y sobre todo cuando veo esas envolturas en el pavimento. Le pasan por encima los neumáticos de los vehículos que transitan por la Miracle Mile. Vuelan de acá para allá, de allá para acá. Una de las envolturas cae en la acera, a mis pies. De pronto siento asco. Y se aleja de mi mente la extraña compasión por el conductor del Lexus. Le miento la madre. Le deseo que choque contra un poste de luz electrica. Que no cause lesiones a nadie ni a él mismo. Pero que se le destruya el Lexus. Hijo de puta.