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RICARDO BROWN

Alergías, pastelitos de guayaba y Tomeguines del Pinar

Es de tarde en Miami. Viajo en mi carro hacia una cita de negocios. Pero me sobra el tiempo. Veo un comercio que se anuncia como repostería, panadería, pizzería y restaurante. Tengo un poco de hambre y me entra un deseo incontenible de comerme un pastelito de guayaba cubano. Se me antoja que en ese lugar hacen buenos pastelitos de guayaba. Estaciono el carro. Entro al lugar. Se llama “La Casa de Pancho.”

Hay un mostrador grande lleno de pasteles de guayaba, pasteles de carne y otras golosinas. Hay tres mesas con cuatro sillas cada una, pero están vacias. La persona detrás del mostrador  es un joven, de menos de 30 años. Por su forma de hablar, me doy cuenta que es un cubano criado en la isla, quizás recién llegado a Miami. Conversa con otros dos cubanos que están del otro lado del mostrador. . Se parecen mucho, pero uno es cuarentón largo y el otro no pasa de los 25. Por la conversación que escucho, me entero que son padre e hijo. Tienen unas bolsas de papel. El cubano detrás del mostrador les dice que no quiere comprar nada.

Los dos vendedores se viran hacía mi. El padre me pregunta si quiero comprar perfumes de hombre de marca. Me dice que tiene una amplia selección en las bolsas que tienen en sus manos su hijo y él. Le contesto que soy alérgico a los perfumes. Miento. Lo saben instantáneamente el padre, el hijo y el dependiente. Se ríen. Me río con ellos. Se van los vendedores de perfume.

El dependiente me pregunta en que me puede ayudar. Le digo que quiero dos pasteles de guayaba y una caja de “bocaditos” cubanos. Me han entrado ganas ahora de comer "bocaditos cubanos." Me apasiona la pasta de "bocaditos” de las reposterías cubanas. El joven se vira y llama por su nombre a una mujer. ¡Marta, Marta, por favor ven acá!” Marta sale de la parte de atrás del lugar. Marta es deslumbrante. Una muchacha de menos de 25. Toda curvas, toda sensualidad, con cabello negro largo, ojos verdes y el rostro de un ángel pícaro.

“Marta es mi prima,” me dice el joven, como advirtiéndome algo. Le dice a Marta que me prepare una caja con bocaditos . Marta sonríe, me mira a mi y, con acento habanero, le dice a él, “Enseguida, Pancho.” Me doy cuenta que el joven es Pancho y  que no es un simple dependiente. Es el dueño del lugar, además de ser el primo de Marta. Marta pasa por una puerta hacia la parte trasera del lugar. Casi simultaneamente entra por la puerta principal un señor de unos cincuenta y tanto años. Es canoso, delgado y alto, y viste una camiseta blanca, pantalones khaki y zapatos tenis.. Le pide una “colada” a Pancho. Pancho prepara el café. El hombre le paga. Se llama Silvio, porque así lo saludó Pancho. Silvio me pregunta, “Amigo, ¿quiere un poco de café?” Y yo acepto. Está delicioso el café.

Conversamos Pancho, Silvio y yo. Silvio me pregunta si quiero comprar un Tomeguín del Pinar, una diminuta ave canora cubana de brillantes colores. Yo le pregunto donde se puede comprar un Tomeguín. Y me dice Silvio que él los vende. Me cuenta que hasta hace poco hacía viajes clandestinos en lanchas a Cuba y traía Tomeguines.Ya dejó de hacer los viajes, pero le quedan mas de treinta Tomeguines en su casa. Los vende a 500 dólares, pero a mi me vende uno por 200 dólares y me da una pareja por 300 dólares. Yo le pregunto cuando tiempo puede vivir un Tomeguín. Me dice Silvio que puede vivir hasta quince años en una jaula. Pero que si los sueltan aquí en la Florida duran poco porque otros pajaros los matan. Le digo a Silvio que soy alérgico a las aves. Silvio y Pancho ríen. Pancho me dice, “Usted es del carajo.”

Entra Marta con la caja de bocaditos. Pancho coloca los dos pasteles de guayaba en una bolsa. Me pregunta, “Oiga, ¿y usted está seguro que no es alérgico a los pastelitos y los bocaditos?” Yo le contesto que sí, pero que no son para mi y los llevo de regalo. Pancho me cobra.

Me despido de Pancho, Silvio y Marta. Marta me  sonríe. Yo casi me desmayo. Pancho me mira como enojado. Pero entonces se ríe y me dice. “Tenga cuidado con las alergías.” Nos reímos todos. Me voy.

Los pastelitos estaban deliciosos. Los bocaditos eran como maná del cielo. Y claro. Es que los hizo Marta, un querubín con curvas peligrosas y ese deje habanero que es mortal cuando se escucha en la voz de una cubana joven y bella.

Esa noche sueño que estoy en una lancha rápida que navega a mil por el Estrecho de la Florida. Silvio está al timón. Pancho grita que nos persigue la Guardia Costera. Marta comienza a abrir las puertas de unas jaulas que están llenas de Tomeguines que se escapan y comienzan a volar sobre las olas. Me despierto en ese momento y el sueño queda inconcluso.  No sé si nos capturó la Guardia Costera.

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