DESPISTE EN NASSAU
Yo no sabía mucho de farándula. Pero eran los primeros años de la televisión en español en Estados Unidos y los reporteros de entonces éramos pocos y hacíamos de todo. Por eso es que me enviaron a Nassau, en las Islas Bahamas.. Julio Iglesias daba los últimos toques de producción a su primer album en inglés, 1100 Bel Air Place.
Llegué el día anterior con Eduardo Borges, el camarógrafo y Humberto Quesada, el sonidista. Habíamos alquilado un pequeño jeep y en él fuímos a los estudios de grabación Compass Point, que están en las afueras de Nassau. Son unos estudios muy famosos, donde han grabado los más grandes cantantes y grupos musicales del mundo. Allí estaría esperándonos el contacto que nos llevaría a Julio para hacer la entrevista.
El edificio de los estudios no me pareció nada del otro mundo, para la fama que tiene el lugar. Tocamos un timbre, y nos abrió una bahamense. Le dije que buscaba a Mario, que era nuestro contacto. Nos mandó a pasar al vestíbulo y entró por una puerta a buscar a alguien. Regresó con un hombre joven, de tez oscura, pelo muy negro, una barba de varíos días y gafas de sol. Nos dimos la mano y le dije quienes éramos. Nos dijo que lo siguiéramos y nos llevó a un salón para que preparáramos los equipos para la entrevista. Nos dijo que después de la entrevista podríamos filmar en el estudio donde estaban mezclando algunas de las canciones del album.
Eduardo y Humberto colocaron una frente a la otra las sillas donde haríamos la entrevista, pusieron la cámara en el trípode, e instalaron las luces. Al cabo de varios minutos, regresó el señor de gafas oscuras que nos había recibido. Iba con él otro hombre joven a quien reconocí como Ramón Arcusa, el director musical de Julio Iglesias. El hombre de gafas oscuras nos dijo que ya podíamos comenzar la entrevista. Yo le dí las gracias. Le dije que todo estaba listo. Nos quedamos mirando uno al otro. Pasaron solo unos segundos, pero a mí me pareció una eternidad. El hombre de gafas oscuras rompió el silencio:
-¿Y…?-
-Pues sí, ya estamos listos para la entrevista.-
-Sí, ya me lo dijeron. Pero, ¿qué esperamos?-
-Bueno, pues esperamos a Julio.-
-Yo soy Julio.-
¡No podía creerlo! No había reconocido a Julio Iglesias. Y Eduardo y Humberto tampoco. Las gafas de sol, la barba de varios días y el fuerte bronceado que tenía le daban un aspecto muy distinto al Julio Iglesias de la televisión y los periódicos y revistas. Y como me costaba trabajo entender su acento no me di cuenta que me había dicho quien era cuando llegamos a los estudios. ¡Yo no sabía donde meterme! Me moría de vergüenza. Y temía que Julio Iglesias se iba a enojar y cancelaría la entrevista.
-Señor Iglesias, le ruego que me perdone. Soy muy despistado.-
-No te preocupes. Es que tengo aspecto de gitano. Por eso vine a trabajar a Nassau. Para sentirme relajado y ni siquiera tener que afeitarme.-
-Sí, pero yo me siento muy apenado. Es inexcusable no reconocerlo.-
-Bueno, ya. No jodas más. No es para tanto. Acabémos ya de hacer la entrevista. Y no me trates de usted.-
La entrevista nos fue muy bien. La única condición que nos puso Julio fue que no le filmáramos el lado izquierdo de la cara, que , según dijo, no es el mejor. Después de la entrevista, pasamos al estudio donde Julio, Ramón Arcusa y un par de ingenieros trabajaron en la mezcla de sonidos de una de las canciones en el album, la única en español en el album, “Me va, me va.” Eduardo filmó por un rato. Y entonces Julio nos preguntó si habíamos acabado. Le dijimos que sí. Nos dijo que guardáramos los equipos, porque ahora tendríamos que beber unas cervezas y jugar billares.
Pasamos a un salón de billares. Julio resultó ser un extraordinario jugador. Humberto había traído una cámara de fotos y nos tomamos varias con Julio. Han pasado 23 años y a mí se me han perdido varias de ellas. Pero me queda una en que Julio y yo tenemos el brazo por encima el uno del otro. Julio tiene una manzana mordida en su mano izquierda. A mí nunca me han llamado mucho la atención las fotos con gente famosa. Pero me satisface mucho tener ésta.
Estuvimos con Julio un buen rato. Al despedirnos, le volví a ofrecer disculpas. Se rió y me dijo que no jodiera más con el tema. Recuerdo lo último que nos dijo a Eduardo, Humberto y a mí:
"Les deseo que vivan largo y follen mucho."
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