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RICARDO BROWN

VUELVE EL BLOG

Había abandonado este blog. Pensaba que nadie lo leía. Estaba convencido de que nadie me hacía caso. Pero me entero que el blog es bastante leído y sobre todo en España. De casualidad, me topé con una página web  que mide la popularidad de los blogs. Mi blog tiene un altísimo ranking. 

Pues, bien, regreso al blog.

Y comparto con ustedes algo que escribí en mi libro “Escrito en Shenandoah,” publicado por Isla Books. Es algo que me pasó. Ojalá les guste:

 

EL BOLÍGRAFO DE WALESA----por Ricardo Brown

 

Era octubre de 1989. El camarógrafo Simón Erlich y yo llevábamos cuatro días en Varsovia. En la redacción del periódico Solidaridad nos habían informado sobre la reunión en la Iglesia San Estalisnao. Allí estaría Lech Walesa. Nos dijeron que posiblemente podríamos hablar con él.

Simón y yo llegamos a la iglesia con Magda, nuestra intérprete. Magda era una argentina hija de polacos. Estudiaba diseño de escenarios en Varsovia. La conocimos el día después de nuestra llegada a Polonia. Simón y yo habíamos ido  a la Embajada de Estados Unidos. No estábamos muy seguros de los reportajes que haríamos en Polonia. Pero yo sabía que frente a la embajada estadounidense se formaban largas filas de polacos que iban a solicitar visas. Pensaba  que podríamos usar esas imágenes en algún reportaje.

Simón filmaba la fila de polacos cuando ví a Magda. Fue como una aparición. Una bella joven rubia, con abrigo oscuro y boina negra que cruzaba la calle con el andar de una fiera que se sabe dueña del suelo que pisa y el espacio que le rodea. La gente le abría paso y el tránsito se detenía ante el avance de Magda.  O al menos lo recuerdo así. Entonces, se desapareció.

Cuando Simón terminó de filmar  la fila de polacos frente a la embajada, decidimos caminar por la zona. A una cuadra nos encontramos con otra larga fila frente a una tienda de cristalería. Pensé que tal vez también podríamos usar estas imágenes y hasta hablar con algunas personas en esta fila. Le pedí a Simón que filmara y, micrófono en mano, comencé a preguntar de uno en uno a los polacos en la fila si hablaban inglés. Me respondían con amabilidad, pero en polaco.

Nos movíamos del final de la fila hacia adelante. De pronto, desde atrás,  vi una cabellera rubia adornada por una boina negra. Me apuré, con Simón siguiéndome los pasos,  para hacerle la pregunta a la  dueña de Varsovia. ¡Y ella me respondió, “yes”! Me explicó en buen inglés que la gente hacía fila porque estaban vendiendo vasos en la tienda. Y que desde hacía tiempo había escacés de vasos en Varsovia.
Magda tenía el rostro de un angel, su pelo era un manto de oro y sus ojos tenían el color del cielo. Pensé que era la re-encarnación de Maria Walewska, la condesa  polaca que le robó el corazón a Napoleón cuando su ejército ocupó Varsovia en 1807.  Escuchando a Magda me di  cuenta que su acento en inglés no era polaco y me era familiar. Le pregunté si hablaba español y me contestó afirmativamente con un deje evidentemente rioplatense. Habíamos encontrado una intérprete.

Ahora Simón y yo  estábamos con Magda en la Iglesia San Estalisnao. La reunión sería en el sótano. Había unas 200 personas.  Simón y yo éramos los únicos periodistas  en el lugar. Walesa llegó poco después de nosotros. Fuímos hacia donde estaba. Magda le explicó quienes éramos y le dijo que deseábamos hacerle una breve entrevista. Faltaba un rato para el inicio de la reunión, y Walesa nos dijo que podíamos hablar con él de inmediato. Nos trasladamos a una pequeña oficina. Me fije bien en Walesa. En su espeso bigote y sus ojos alertas y penetrantes. En el traje gris oscuro que le quedaba grande y la efigie de la Virgen Negra de Czestotochowa en la solapa. Walesa sonreía. Su dentatura estaba en buenas condiciones. Despedía olor a comida. Por alguna razón se me antojó que había estado tomando sopa de remolacha antes de llegar a la iglesia. Walesa coqueteaba con Magda y ella obviamente se sentia halagada y le respondía con su encanto de diosa eslava y porteña  a la vez. Pero lo que más me llamó la atención fue el boligráfo que Walesa tenía entre los dedos gordos de su mano derecha mientras conversábamos.

La entrevista fue interesante para el momento aquel. Era un tiempo de cambios históricos precipitados en Polonia en los que Walesa era el principal protagonista. Pero lo que más recuerdo es la última pregunta que le hice en tono jocoso  a Walesa cuando Simón apagó la cámara  y la respuesta que me dio. Fue así:

—Señor Walesa, me sorprende que usted tenga un bolígrafo Mont Blanc. Estoy seguro que lo que cuesta equivale al salario de uno o dos meses de un electricista en los astilleros de Gdansk.

—¿Cómo? ¿Este bolígrafo cuesta tan caro?

—Sí señor. Unos cien dólares.

—Pues, mire me siento muy mal. Me lo prestó un periodista alemán para que le firmara un afiche de Solidaridad que llevaría a unos amigos polacos en Frankfurt, y sin darme cuenta me lo metí al bolsillo y no se lo devolví. Eso fue la semana pasada. Ahora el hombre está de regreso en Alemania y seguro que  cree que soy un ladrón.

Poco después comenzo la reunión en el sótano de la iglesia. Llegó Tadeuz Mazowiecki, un intelectual católico que era el Primer Ministro en el gobierno provisional de coalición que había en Polonia en ese momento. El General Wojciech Jaruzelski era el Presidente y Mazowiecki el Primer Ministro.

Mazowiecki, Walesa y otras personas se sentaron en la mesa presidencial y comenzaron los discursos. Walesa sería el  último orador. Habló primero un funcionario de Solidaridad cuyo nombre no recuerdo y después Mazowiecki. Walesa no les prestó atención. Se sacó el bolígrafo Mont Blanc de un bolsillo del saco. Lo miró de cerca. Lo desarmó y lo volvió a armar varias veces Estuvo así durante los discursos antes que llegara su turno para hablar.  Estaba fascinado con el Mont Blanc. Pensé que, sin que fuera mi intención, le había dado una lección de las rarezas del capitalismo a Walesa. Estaba un poco confuso Walesa en ese momento al enterarse que un simple bolígrafo de marca podía costar cien dólares, una verdadera fortuna para un electricista polaco como él.

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