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RICARDO BROWN

El liderazgo. 28 de marzo/10

 

Soy un tipo simple. Uno más del montón. Pero desde niño, he tratado -quizás sin mucho éxito- de cultivarme. Leo mucho. Escucho mucha música buena. Voy a los museos. He viajado mucho. A más de cincuenta países. He conocido a mucha gente inteligente. Las he escuchado detenidamente. Me he pasado la vida tratando de aprender. Una de las cosas más importantes que he aprendido es que soy escéptico de la gente que se cree líder. No quiere decir que no crea en la necesidad de que haya líderes. Todo lo contrario. Hacen falta. Pero no todo el mundo puede ser un líder. Yo, por ejemplo, no puedo ser líder de nada. Pero tiendo a escuchar a quienes, además de vivir con valentía y dignidad, hablan con elocuencia, tiendo a prestar atención a quienes escriben con claridad. 

Digo esto porque, como cubano, considero solo a unas cuantas personas como líderes en la lucha por la libertad y la  democracia en el país donde nací. Respeto a todos quienes luchan porque haya  libertad y democracia en Cuba. Pero solo reconozco a algunos líderes. Como por ejemplo, a las Damas de Blanco, el Dr. Oscar Elías Biscet, el Dr. Darsi Ferrer, Guillermo Fariñas, Antúnez, y los demás disidentes y blogueros que dentro de Cuba se enfrentan a la dictadura castrista. Yo respeto la valentía de toda esa gente. Respeto también todos ellos  se arman de ideas y de conocimientos para enfrentar al adversario.

Pienso que también hay muchos cubanos valiosos fuera de Cuba que merecen ser considerados líderes. Gente que se ganó esa posición con su sacrificio, su espíritu de lucha. Pero pienso que hay algunas personas en el exilio cubano que, con buenas intenciones o no, se creen líderes y no lo son.

Yo pienso en José Martí, el más grande de los cubanos. Pasó toda una vida preparándose, adquiriendo conocimientos y cultura. Los grandes líderes tienen que hacer eso. Tienen que leer, tienen que educarse, tienen que escribir y hablar bien. Martí no era estridente. Denunciaba la injusticia sin caer en la demagogía, ni en el insulto personal ni la chabacanería. Estaba a la altura de la causa que defendió. Durante toda su vida se comportó con la dignidad, la decencia, que merecían la causa. Y al final fue consecuente con lo que predicaba. Convocó  a la “guerra justa y necesaria.” pero estuvo dispuesto a entregar su vida en esa guerra.

Hoy día hay otro tipo de guerra en Cuba. El régimen tiene todo el poder. Es un poder tan aplastante que es imposible lanzarse a la manigua para combatirle. Es una lucha muy distinta -quizás más difícil- que la de los Mambises. Pero hay quienes luchan Hay mujeres vestidas de blanco, con flores en las manos, que caminan por las calles habaneras exigiendo libertad, acosadas por los represores, que, aún con todo su poder, no pueden aplastarlas. Luchan, desde sus celdas, con su ejemplo, los prisioneros de conciencia. Luchó hasta su muerte Orlando Zapata Tamayo.

Yo respeto a esos luchadores. Por su valentía. Por su dignidad. Respeto al que lucha desde adentro y  es consecuente con lo que piensa.

Respeto también a quien lucha desde lejos y se arma de cultura, de conocimientos, y se comporta a la altura de una causa tan sagrada como es la libertad.

Yo pienso que quienes aspiran a dirigir, quienes piden que se les escuche y se les siga. tienen la obligación de adquirir cultura y conocimientos, tienen que hablar y escribir bien, y tienen que aprender a ser persuasivos, sin estridencias, sin chabacanería, si protagonismos, para que su mensaje llegue.

Yo pienso que la concurrencia a la Marcha de la Calle Ocho es prueba de que los cubanos del exilio aún ansían la libertad de su Patria, que no se sienten derrotados, que están dispuestos a seguir a quienes tienen poder de convocatoria. 

Yo admiro a los apasionados. A los que viven y respiran por Cuba. A los que no descansan. Reconozco su espíritu de lucha. Pero a un pueblo que tiene como Apóstol de su Libertad a un poeta, a un orador, a un escritor como José Martí, a un maestro de la palabra y de las metáforas y los símbolos, hay que convocarlo y dirigirlo con un discurso de altura.

Pienso que, guardando las distancias, eso es lo que ocurrió con la Marcha de la Calle Ocho. Fue una convocatoria con altura.

Lo dije al principio. Soy uno más del montón. Respeto el derecho de expresión de cualquier persona. Admiro a todos quienes luchan. Pero para convocarme a mi, es importante que tanto el mensaje como el mensajero estén a la altura de una causa tan sagrada como es la libertad del país donde nací. Yo, desde niño, me sentí convocado por José Martí. Y, como conozco de su vida y de su muerte, como conozco lo que habló, lo que escribió, lo que hizo y la manera en que lo hizo, tomo muy en serio todo lo relacionado a Cuba. No sigo a cualquiera.

 

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