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RICARDO BROWN

CUARTO CAPITULO: ELLA VA A PROPINAR OTRA PALIZA Y HARÁ QUE ECHEN A OTRO EJECUTIVO. TIENE PLANES DE ADUEÑARSE DE LA CADENA DE TELEVISIÓN.

 

Estacionó el Ferrari en uno de los garajes del aeropuerto. Jamás lo había hecho antes. Siempre lo dejaban y recogían en limosina cuando viajaba a través del aeropuerto de Miami. ¿A quien se le ocurre estacionar un Ferrari en un garaje del aeropuerto? Bueno pues a él en ese momento. Estaba confuso. Se bajó del Ferrari y vio el daño que le habían hecho a la carrocería con una llave. No estaba seguro si ocurrió en el hotel o si pasó en el lugar donde lo estacionó el empleado del “valet parking” del restaurante en South Beach. ¿Y quien le habrá hecho el daño al Ferrari? ¿Sería ella? ¿O sería que su mujer le pagó a alguien para que lo hiciera?

Entró a la terminal del aeropuerto. Había pensado irse a México o a Nassau. De pronto decidió viajar a Nueva York. Compró un boleto de primera clase. Naturalmente, se lo cargó a una de las tarjetas de crédito de la cadena de televisión.  Llamó a su secretaria. Le dijo que se ausentaría unos días más de la oficina. Le pidió que le reservara un suite en el Plaza.

La secretaria hizo lo que le pidió. No le contó que la argentinita y el presidente de la cadena también volarán a Nueva York al día siguiente. Se lo dijo  la secretaria del presidente de la cadena. No le contó a él que ellos  también tienen reservado un suite en el Plaza. Que se jodan todos, que son unos hijoeputas, pensó la secretaria.  Que imbéciles. Siempre con la comemierdería de quedarse en el Plaza, cuyos días de gloria pasaron hace mucho tiempo. Pero es que son unos pobres pendejos que se creen que son personajes de una película de los setenta. Cuando colgó el teléfono, llamó a la esposa de él para informarle de todo. La esposa se desternilló de la risa.

El presidente de la cadena estaba contento. La argentinita era suya. Le había tenido que prometer un programa y hasta que le firmaría un contrato ese mismo día  y asegurarle que lo echaría a él. Pero valía la pena correr todos los riesgos que eso conllevaba. Y mañana viajaran juntos  a la Gran Manzana. No podía evitar la sonrisa pensando en la noche anterior y todas las noches de los próximos días en Nueva York. Entonces abrió la computadora y vio los “overnight ratings.” Se le borró la sonrisa.

Ella sí que no pierde la sonrisa. Sabe todo lo que está ocurriendo. A él lo van a echar. Y se va a quedar con las ganas de vengarse de los golpes que ella le propinó. Y al presidente de la cadena también le dará una golpiza cuando lleguen a Nueva York. Ella sabe que el presidente de la cadena también se tambalea.  Sabe que probablemente lo van a echar durante el viaje a Nueva York. De seguro es que para eso es que lo convocaron a una reunión con el Chairman of the Board. Los ratings están por el piso. Las ventas jamas han estado peor. Pero el tipo ya le prometió un programa y ella exigió que le firmara un contrato ese mismo día. Ella ya tenía el contrato preparado. 

Ella lo tiene todo pensado. En Nueva York esperará un par de días. Y cuando el presidente de la cadena menos se lo imagine, cuando desayunen en el comedor del Plaza, dará un grito, lo abofeteará, le asestará un derechazo a la punta de la quijada y cuando caiga al piso lo pateará.

Luego irá a ver al Chairman of the Board de la compañía matriz que es dueña de la cadena de televisión. Ya lo conoció en el “Upfront,” la ridícula ceremonia en que la cadena de televisión presentó su fracazada programación para la temporada de otoño. Ese es el pez gordo que ella busca. Piensa en todo esto, y de pronto estalla en una histérica risa en el gimnasio donde levanta pesas.

 

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