TERCER CAPÍTULO: ÉL BATIÓ RETIRADA Y A ELLA LE VAN A DAR UN PROGRAMA.
Él tampoco fue al trabajo ayer. Llamó a su secretaria, desde su habitación en el Fountainbleau. Le dijo que estaba enfermo, con mucha fiebre y que por favor se lo dijera al jefe y los demás. Es una mentira a medias. No tiene fiebre. Pero los golpes de la argentinita lo dejaron magullado. Se siente mal. No está en condiciones de ir a la oficina. Le duele la quijada. Tiene punzadas en el costado derecho por la patada que ella le pegó. Y pensar que la tipa tenía puestos unos Manolo Blahnik que él le regaló. Setecientos dólares pagó por los condenados zapatos. Para terminar en el piso de un restaurante de Ocean Drive y que ella le diera una patada con uno de los Manolos.
Él está muy confuso. ¿Qué pasó? Creía que la tenía bajo su hechizo. O al menos bajo su control. Pero ella explotó en furia como una llanta que se revienta cuando uno maneja un Ferrari que viaja a ciento veinta millas por hora en el Florida Turnpike a las dos de la madrugada. Y como pega la tipa. Que fuerza. Y que patada le dio. Patea como una mula. ¿Será experta en artes marciales? Nunca le habló de eso.
Ella, mientras tanto, está como si nada. Ya se regó por toda la cadena de televisión lo que ocurrió en South Beach. Pero nadie se atreve a comentárselo. Las mujeres en el trabajo la miran de reojo. Le tienen envidia, pero más que eso, miedo. Los hombres la miran con lujuria, pero también guardan distancia. Saben que ella es peligrosa.
Quien único se le ha acercado desde lo ocurrido en Ocean Drive es el presidente de la cadena. Por supuesto que fue uno de los primeros en enterarse de lo sucedido en Ocean Drive. Ya tenía conocimiento desde hacía tiempo de cómo él la perseguía a ella. Se muere de risa con la bronca de Ocean Drive. Le fascina la argentinita. Esta noche van a salir.
Ella ya planificó lo que va a hacer. Esta misma noche le va a pedir al presidente de la cadena que lo eche a él. Y que le de un programa de entretenimiento a ella. No tiene porque esperar a que avance su relación con el presidente de la cadena. No tiene porque hacerse la víctima y decirle que ella es una pobre muchacha acosada por él y que le hace falta su cariñosa protección. No. Hará como siempre hace. Irá al directo. Y sabe que el presidente de la cadena le concederá lo que pide.
Él hizo el “checkout” del Fountainbleau. Y cuando el empleado del valet parking le entregó el Ferrari, se dio cuenta que alguien lo había rayado con una llave. No dijo nada. Se montó en el lujoso vehículo y decidió que en vez de regresar a su casa en Key Biscayne o ir al condo en Brickell será mejor montarse en un avión y largarse a Cancún o a las Bahamas o al mismo carajo a pensar como sale del lío en que está metido.
En la sede de la cadena de televisión, ella ríe mientras la maquillan. La maquillista ríe también.
El presidente de la cadena está en su oficina frente a la computadora. Ríe pensando en esta noche con ella.
En la casa de Key Biscayne la esposa de él se prepara para ir a jugar tenis con el instructor con quien luego hará el amor en la pequeña oficina del club. Suelta una carcajada, al imaginárselo a él mirándose en un espejo.
Todos rîen, menos él. Le duele la quijada. Le duelen las costillas. Le duele el alma. Tiene que desaparecerse.
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