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RICARDO BROWN

VIEJA CHUSMA (Del libro "Escrito en Shenandoah," publicado por Isla Books

"Sean corteses. No dejen de dar las gracias. Discúlpense. Si van a pedir algo digan por favor. Den los buenos días"
Mi mamá se pasó toda nuestra infancia diciéndonos esas cosas a mis hermanos y a mí. Y creo que algún efecto tuvo. No es que sea yo el mejor ejemplo de los buenos modales. Pero, caramba, trato de comportarme de una forma caballerosa. Y más que todo, detesto a la gente de malos modales. Me ponen de mal humor. Como la tipa de esta mañana. Si, ya sé. No es muy cortés referirse a una mujer como una tipa. Pero ya lo dije. Trato. No es que pueda todo el tiempo.

Miren ustedes lo que pasó. Yo vivo a menos de una cuadra de una oficina de correos. Tengo allí una caja postal.
  Todas las mañanas voy a recoger mi correspondencia. Y como hay mucho entra y sale, con frecuencia tengo oportunidad de poner en práctica lo poco que aprendí de buenos modales. Cuando llego a la puerta, le cedo el paso a quien viene detrás. Si me dan las gracias, digo “de nada.” Cuando me abren la puerta a mi, doy las gracias. Si le paso por delante a alguien digo, “con permiso.’ Doy los buenos días a todos con quienes me encuentro. Y la mayoría de la gente con quien tengo contacto en la oficina de correos es cortés. De vez en cuando me topo con alguien que no lo es, y generalmente no le presto mucha atención a esto. Pero hoy hubo alguien que, como dicen los colombianos, me sacó la piedra. Les cuento:

Llego a la puerta de la oficina de correo. Veo a unos pasos de mí a una mujer latina que camina hacia la puerta. Está hablando con alguien a través de su teléfono celular. Yo me detengo. Mantengo la puerta abierta. La mujer se acerca, hablando a gritos con la persona que está del otro lado de la conexión celular. Camina lentamente. Le tengo a puerta abierta. Me mira. No da las gracias. Ni siquiera mueve la cabeza ligeramente en señal de agradecimiento. Entra a la oficina de correos con su escándalo. La gente en el lugar se vira a verla. Ella sigue con su gritería. “Mira, Berta, yo te dije que ese era un mal negocio. Pero tú no le haces caso a nadie, Berta. Tienes la cabeza muy dura.”

A mi me entra furia. Me dan ganas de hablarle. “Perdóneme, señora. Pero usted es una chusma. No da las gracias, habla a gritos y además está muy mal vestida. ¿No se da cuenta, señora, que esos pantalones ajustados no son para usted?
  Usted no tiene la edad ni la figura , querida amiga.  Y, señora, ¿que hace usted con esa blusa que deja al descubierto su vientre? Esos son diseños para muchachitas jóvenes y esbeltas. Usted es barrigona, señora, y tiene arrugas en la barriga. Y, señora, ¿Por qué grita tanto? ¿No le funciona bien el celular? ¿O es que su amiga Berta es sorda? ¿O será que Berta es una chusma como usted y está dando gritos del otro lado de la línea telefónica?  Y ese negocio del que usted intercambia gritos con Berta, y  del que todos nos hemos tenido que enterar ¿qué es? Debe ser un negocio sucio. Es un negocio de drogas o de juegos ilícitos, ¿no?  Y, señora, cuénteme, ¿Quién le hizo el tinte de pelo? ¿Cómo es que se llama ese tinte, color cucaracha?”

Todo eso quiero decirle. Pero me contengo. No sería cortés hablarle así. Pienso que mi mamá me diría que hice mal. Pero más que todo, callo porque temo que la señora descortés, mal vestida y gritona posiblemente ande armada. Y si no está armada, al menos tiene una uñas muy largas, pintadas, por cierto, de un anaranjado tan escandaloso como su voz.  ¿Y si me araña? Decido callar, más por cobardía que por cortesía.

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