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RICARDO BROWN

LA MONA DE ROBERTO DURAN (Del libro "Escrito en Shenandoah," publicado por Isla Books.

Tocamos la puerta y nos abrió el mismo Roberto Durán. Vio la cámara que tenía Simon y enseguida se dio cuenta que éramos periodistas de la televisión. Nos mandó a pasar enseguida y nos ofreció café, cerveza, coca cola, lo que quisiéramos.

La casa era amplia y moderna , pero sin grandes lujos. Y estaba llena de gente. Roberto nos presentó a todas las personas que estaban allí. Su esposa, hijos, amigos, y hasta un par de exiliados cubanos jóvenes que un día se le habían aparecido en la casa para pedirle ayuda y se habían quedado a vivir con él.

Cuando tocamos la puerta, Roberto estaba cocinando arroz en una gran olla. Nos dijo  que preparaba comida todos los días para los militares estadounidenses que estaban acantonados en un campamento improvisado cerca de su casa. La invasión a Panamá había ocurrido unos días antes. Manuel Noriega todavía estaba escondido y los estadounidenses lo andaban buscando.

Roberto nos dijo que no le interesaba mucho la política, pero que los militares estadounidenses eran jóvenes que simplemente cumplían su deber. Nos dijo  que lo trataban como un héroe y le pedían autógrafos y se tomaban fotos con él.

Roberto había perdido por decisión su tercera y última pelea con Sugar Ray Leonard unas semanas antes. Peleó aquella noche en 160 libras. Pero en el poco tiempo transcurrido había aumentado al menos 20 a 25 libras.  Se veía fuerte como un toro, pero un poco gordo.

Nos dijo que desde la invasión iba todos los días al barrio de El Chorrillo para calmar los ánimos de la gente. El Chorrillo, donde nació y se crió Roberto, había sufrido enormes daños por los bombardeos de los estadounidenses. Se hablaba extraoficialmente de cientos de muertos.  Nos dijo que en sus visitas a El Chorrillo iba acompañado de escoltas armados y que él también llevaba un revolver.

Además de toda la gente que estaba viviendo en la casa, había varios perros y gatos que Roberto había recogido en la calle. Casi todos tenían algún defecto físico. Entre ellos había un gato tuerto y una pequeña perra coja.  Pero el animal preferido de Roberto estaba en el patio trasero. Era una enorme mona en una jaula. “Me adora, “ nos dijo Roberto. “La tienen que filmar, esa mona está enamorada de mí.”

Salimos al patio y no sé si es que a la mona no le gustaba que la filmaran o si es que Simon y yo no le caímos bien. El hecho es que la mona comenzó a dar unos chillidos y  manotazos y se encaramó en un palo en una de las esquinas de la jaula. Roberto le decía piropos y le tiraba besos, pero la mona se negaba bajarse del palo y continuaba chillando y manoteando. “Debe ser que está cansada, la pobre,” me dijo Roberto. Cuando le pregunté que había estado haciendo la mona para cansarse, me respondió que había estado jugando.

 

Simon y yo hicimos un breve reportaje con Roberto.  Lo filmamos cocinando el arroz, tomamos imágenes de algunas de las fotos y trofeos de su carrera que tenía e hicimos una breve entrevista en cámara. Al despedirnos, Roberto nos dijo, “Tienen que regresar para filmar la mona cuando esté más tranquila. De veras que me adora, lo tienen que ver.”

Yo le prometí a Roberto que regresaría. Tenía todas las intenciones de hacerlo, no para que Simon filmara la mona,  pues ya habríamos enviado el reportaje a Miami, pero para complacer a Roberto. Yo lo había visto pelear contra Ken Buchanan, Esteban de Jesús y la primera vez que se enfrentó a Leonard y pensaba que le debía eso. Lamentablemente, no se pudo. A Simon y a mi se nos complicó mucho la cobertura de los días después de la invasión y no tuvimos tiempo de ir de nuevo a casa de Roberto Durán.

Pero no dudo que es verdad que la mona lo quería mucho.

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