En Un Pub Irlandés.9 de octubre/09
Fuí a un pub irlandés. Me senté en la barra y pedí un whisky Jameson. Yo no sé lo que piensan ustedes, pero a mi me gusta mucho el whisky irlandés. Hay gente que lo único que toma es Scotch. Desprecia todo lo que no sea Scotch. Yo pienso que eso es ser cerrado de mente. Caramba, los irlandeses fueron quienes inventaron el whisky. Los escoceces fueron unos copiones. Y es verdad que las aguas de Escocia le dan un sabor muy especial al Scotch. Pero eso de decir que el único whisky que sirve es el Scotch es una cabronada. Para mi es igual que el prejuicio religioso. Para mi, esa gente que lo mira a uno de reojo, con la nariz arrugada y una mueca en la boca como si olieron algo asqueroso porque uno pide un whisky irlandés es igualita a los hijeputas que juran que la única gente que va al cielo es la que reza como ellos y va a sus iglesias. El whisky irlandés es suave –smooth, fino. Lo destilan dos veces. Es rico al paladar. Que no me jodan los cabrones que solo beben Scotch. Pero, bueno, ¿de qué hablaba? Ah, si. Fui a un pub irlandés, me senté en la barra y pedí "un shot of Jameson’s." Y claro que sin hielo. El hielo es para los osos polares, los esquimales, los pinguinos y los que no saben beber whisky.
Pues bien, estoy allí disfrutando mi whisky y se me sienta al lado una mujer espectacular. Rubia. Pelo largo.Ojos celestes. De unos treinta dos años. Senos naturales. Una boca que parece una rosa. Sin un asomo de Botox. Vestida con una blusa blanca con mucho escote y una minifalda roja. Que piernas! Pero una tipa decente, de aspecto profesional. A pesar del escote y la minifalda, No vayan a pensar que yo voy a bares de putas. Este pub irlandés es un lugar de gente divertida y jodedora, pero decente.
Viene el bartender y la saluda. “Hi, Sue, what’s your poison today?” Ella le pide un Jameson sin hielo. Yo, que escucho esto, de un jalón vacío en mi garganta lo que me queda de mi Jameson. Y le digo al bartender que me traiga otro. Sin hielo.
Sue se vira hacia mi. Me dice con vocecita de Jennifer Aniston. “Que interesante. Bebes whisky irlandés. Y sin hielo. Hola, me llamo Sue.”
Yo le respondo; “Si. Ya escuché tu nombre. Yo me llamo Bernie. Tú también bebes Jameson sin hielo. Que interesante.”
Y la verdad es que no tiene nada de interesante que Sue y yo bebamos Jameson sin hielo, pero estas son las idioteces que uno dice en un bar cuando habla con desconocidos. Estoy seguro que Sue tampoco le ve interés al asunto. Pero es una forma de comenzar una conversación. Y que conversación aquella!
Resulta que Sue también es hincha de los Mets y los New York Giants. Y pertenece al mismo partido político que yo. Juega tenis. Juramos que este fin de semana nos veremos en la cancha de su edificio que está cerca de donde vivo. Le encantan las viejas películas de Humphrey Bogart y es adicta a los Grateful Dead. Le gusta la carne de res bien cocida y no soporta la arúgula ni a Oprah Winfrey y está convencida de que hay vida en otras galaxias.
La conversación dura dos horas. Cada vez es más animada. Sue me agarra una mano con ternura. Nos reímos mucho. Tiene una dentadura perfecta. Da un alarido de satisfacción cuando le digo que adoro los libros de Kurt Vonnegut. Yo me pego puñetazos en el pecho y en la cabeza cuando ella dice que se ha exagerado mucho sobre el talento de Picasso y que Juan Gris era mejor. Saltamos ambos de las banquetas y hacemos una suerte de baile Comanche cuando yo confieso que nunca me ha gustado la música clásica pero que siempre he mentido y he dicho todo lo contrario para que la gente no crea que soy un cafre.
Hablamos de las dictaduras en el Tercer Mundo, la reforma monetaria suiza del Siglo XVI, la cocina mexicana, las alergías de Rasputín, y las verdaderas razones por las cuales Kieekegaard era jorobado. Y en todo estamos de acuerdo. Y fluye el Jameson sin hielo. Resulta que Sue aguanta el licor a la par conmigo. Pienso que este es mi día. He encontrado a mi alma gemela. En silencio, mandó al carajo el juramento en sangre que hice de que jamás me volvería a casar. Juro que mañana mismo me casaré con Sue. Estoy seguro que ella estará de acuerdo. Carajo, si somos el uno para el otro. Yo pido otros dos Jamesons, uno para ella, uno para mi. Estoy listo para arrodillarme y pedirle matrimonio alli mismo. Y entonces….
Entonces llega otra muchacha espectacular. Escote. Senos naturales. Minifalda. Piernas perfectas. Una boca que parece una rosa. El color del cielo en los ojos. Tremendo tronco de mujer que es casi igual a Sue, pero peliroja. Camina hacia nosotros. Yo me quedó paralizado, boquiabierto. Sue me mira. Está de espaldas al monumento que ha entrado al pub y camina hacia nosotros. Se vira. Da un grito. “Jenny!” Y la otra grita: “Sue, baby!” Se abrazan. Se besan en las mejillas. No parece nada extraño como se saludan. Dos amigas. Despampanantes ambas. Y entonces….
Entonces, Sue me dice: “Te presento a Jenny. Te va a encantar. Es mi novia.”
Y aquí no acaba la historia. Pero no la voy a contar toda en detalles. Basicamente, lo que pasó es que le dije a Sue y Jenny que me tenía que ir porque estaba tarde para una cita con el médico. Ellas fueron lo suficiente delicadas para no señalarme que era raro estar tarde para una cita médica cuando eran las nueve de la noche.
Eso fue anoche. Hoy me duele la cabeza. Y he estado pensando todo el día en lo que conversé con Sue y como se hizo evidente que tenemos tanto en común. Resultó que hasta las chicas bellas con escote y minifaldas nos gustan a ambos. Y yo no se lo tengo a mal a ella. Cada cual tiene derecho a tener sus preferencias. Este es el Siglo 21. Pero como me duele la cabeza. Como me alegro de no haberle propuesto matrimonio. Era una cosa ridícula de todas maneras. Arrodillarse ahí en un pub, frente a una mujer desconocida que no le gustan los hombres. Uf. Me duele la cabeza. Lo único que me quita el dolor de cabeza es el whisky irlandés. Y se me acabó la última botella de Jameson que tenía. Me voy al pub irlandés.
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