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RICARDO BROWN

Hay que decir la verdad. Hay gente que no nos soporta porque somos cubanos. 5 de septiembre/09

 

Detesto los estereotipos.

Repudio el racismo y el prejuicio étnico. Rechazo la discriminación. Me molesta escuchar que se hable mal de una raza, un país, una nacionalidad, una comunidad.

Siempre he sido así. Me nace ser así. Así me educaron en mi casa y a lo largo de mi vida he comprobado que no hay nada más injusto,  inmoral y estúpido que despreciar a otros seres humanos porque el color de su piel es distinto o porque ellos o sus antepasados nacieron en otro lugar.

Cuando era pequeño en el Miami segregado de cuando llegué a Estados Unidos me indignaba el racismo contra los negros que imperaba en aquella ciudad que era muy típica del sur estadounidense de aquellos tiempos. Me hervía la sangre cuando montaba un autobús y veía a las personas negras apiñadas en la parte trasera del vehículo porque se les prohibía viajar en la parte delantera que era reservada para los blancos. A veces me iba a la parte trasera del autobus y viajaba allí con los negros para solidarizarme con ellos y para molestar a la gente racista  blanca. Muchas veces me insultaron y hasta me amenazaron algunos racistas. En más de una ocasión me echaron de un autobús. No toda la gente blanca estadounidense de aquellos tiempos era racista. Pero a mi me repugnaba la forma en que eran tratados los negros en este país. Y me solidarizaba con ellos. 

De igual manera, siempre he rechazado el prejuicio y el racismo contra cualquier otro grupo étnico o nacionalidad. Y por supuesto que siempre me he identificado con los latinos o hispanos en este país, que también hemos sido víctimas de la discriminación.

Para mi siempre ha sido un motivo de orgullo el triunfo de un latino en Estados Unidos en cualquier cosa. Lo mismo en el deporte, el arte, el mundo profesional  o la política.  Hace muchos años me llené de júbilo cuando un amigo mío fue el primer puertorriqueño que se graduó –y lo hizo con altos honores- de la Escuela de Derecho de la Universidad de Connecticut. Pensaba en eso cuando el Presidente Obama anunció que designaría a la Jueza Sonia Sotomayor como miembro de la Corte Suprema. Me pareció grandioso que el primer presidente afroamericano en la historia de Estados Unidos anunciara que una abogada puertorriqueña nacida en el Bronx sería la primera persona hispana en ser juez del máximo tribunal de este país.

Yo siempre he querido mucho a los puertorriqueños. En parte, porque desciendo de puertorriqueños. Yo estoy orgulloso de haber nacido en Cuba. Mi familia, por parte de madre, lleva cientos de años en esa bella pero desdichada isla. Amo a Cuba. Pero quiero mucho a Puerto Rico también. Mi ascendencia paterna comienza en Inglaterra y Córcega, pero pasa por Puerto Rico, donde tengo cientos de familiares. Muchos de mis primeros amigos en este país eran boricuas. Y a lo largo de mi vida siempre he estado rodeado de la amistad y el calor familiar de los boricuas.

Quiero mucho también a los puertorriqueños porque ellos, como grupo étnico, como comunidad, también han sido víctimas del racismo en este país. Lo mismo puedo decir de los mexicanos, otro grupo con quien me identifico mucho.

Yo amo a México. Su historia, su cultura, su gente. Amo a toda Latino América. La vida ha sido muy generosa conmigo y me ha permitido viajar América Latina de punta a cabo en múltiples ocasiones. Me he sentido en casa en cada país. Me ha enamorado la literatura, el arte, la música, la comida, la historia,  el paisaje, la gente de cada país latinoamericano en que he estado. Y he estado en todos. Además de cubano y boricua, siempre me he sentido mexicano, argentino, colombiano, hondureño, venezolano, dominicano, peruano  y ponga usted el gentilicio y cuélguemelo que yo lo abrazo. La máxima figura patriotica y literaria de Cuba es el poeta José Martí, que nos enseño que los latinoamericanos somos hermanos.

Pienso que cada persona es un mundo. Cada ser humano es único, con  un valor propio, una identidad individual. Pero a todos nos toca ser parte de algo. De un grupo étnico, de una nacionalidad, de una cultura. A mi me tocó nacer en Cuba. A mi me tocó salir de Cuba de niño y venir a Estados Unidos. Ser un cubano en Estados Unidos. Ser un latino, un hispano, en Estados Unidos. Amo a Estados Unidos. No tengo ningún reparo en decir que al igual que me siento cubano y latinoamericano, me siento muy gringo. No veo contradicción. Veo coherencia. Es parte de mi individualidad. Es la  esencia de ese mundo único  que soy como ser humano al fin.

Yo he recorrido ya un buen tramo de vida. Lo que he vivido me ha enseñado a detestar el racismo y el prejuicio. Me ha enseñado que los estereotipos son absurdos, estúpidos, falsos, crueles e injustos.

Yo siempre, a mi manera, he tratado de vivir de una forma ética. Cuando era niño, la ética me impulsaba a viajar en la parte trasera del autobús, junto a los negros. Y en esta etapa de mi vida, la ética me obliga a denunciar y repudiar a alguna  gente racista que desprecia a los cubanos que vivimos en Estados Unidos  y propaga estereotipos absurdos, estúpidos, falsos, crueles e injustos.

Alguna de esa gente es latina. Algunos son periodistas.

Los cubanos en Estados Unidos han tenido indiscutibles logros en el comercio, las profesiones y sobre todo en la política. No son una comunidad pobre y sin poder como eran los negros de aquel Miami  que yo conocí de niño. No se les puede pisotear de una forma tan abierta como se hacía con los negros antes del Movimiento de Derechos Civiles. Pero la discriminación también tiene formas sutiles de propagar su veneno. Una calumnia por acá. Un comentario despectivo por allá que fortalece el esterotipo negativo del los cubanos.

Yo seguiré hablando de este tema. Lo haré con más amplitud en el futuro.

Por ahora quiero dejar constancia aquí de que estoy viajando en el autobús junto a mis hermanos cubanos. O la guagua, como decimos nosotros.

Guagua. Es una bella palabra. La repito para aquellos que denostan de nuestra cultura. Me encanta como hablamos los caribeños.

 

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