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RICARDO BROWN

UNA TARDE EN MEXICO (Del libro "Escrito en Shenandoah."

Juan Ruiz Healy me dio el teléfono. Me pidió que no revelara que había sido él. Marqué el número desde la habitación de mi hotel. Era poco antes del mediodía. Me contestó el mismo Octavio Paz. Me identifiqué, y le dije lo que buscaba.

 -Sr. Paz, soy de la Cadena Sin, de la televisión hispana en Estados Unidos. Estoy aquí en México cubriendo el terremoto. Quisiera poder conversar con usted-

-No será posible. Mi casa sufrió daños por el terremoto. Mi esposa y yo estamos algo afectados. Prefiero no otorgar entrevistas por ahora. Ya le dije lo mismo a un periodista francés-

No sé que me entró. Me enojó Octavio Paz. Y se lo dije.

 -Pues, mire Don Octavio, usted le podrá decir eso a un periodista francés, pero le cuento que a mí no. Yo me crié en el norte de Estados Unidos, como gringo. Y un día una muchacha mexicana con quien estudiaba me regaló un poemario suyo, Semillas Para Un Himno. Desde que lo leí me enamoré de la poesía latinoamericana y sobre todo de su obra.  Usted tiene la culpa de que yo siga hablando español. Usted no me puede negar una entrevista a mí.-

 Hubo una breve pausa del otro lado de la línea. Y entonces escuché la suave voz de Octavio Paz.

 -Usted es cubano,¿ no? Lo noto por su acento.

-Sí señor.-

-Mire, lo puedo recibir esta tarde. Venga a las cuatro.-

No sé si convencí a Don Octavio por que le caían bien los cubanos o por lo que le dije. Tal vez se interesó en conocer a un loco atrevido que lo distrajera un poco en medio de aquellos días tan tensos.

Yo sabía la dirección de la casa. Juan me la había dado. Le dije a  mis compañeros del noticiero que estaban en México en la cobertura del terremoto,  que Octavio Paz me había concedido una entrevista. No lo podían creer. Esa tarde, antes de ir a la entrevista pasé por un par de librerías en el Paseo de la Reforma para comprar algún libro de Octavio Paz. Increíblemente, no pude conseguir ninguno. Me dijeron en ambas librerías que se habían agotado.

Tocamos a la puerta de la casa y nos abrió Marie- José Tramini, la esposa de Octavio Paz. No estaba muy contenta con nuestra visita. Y mucho menos al ver cuantos éramos. Me acompañaban los camarógrafos Angel Matos y Orson Ochoa, el sonidista Manuel Villela, la productora Josie Goytisolo, y los reporteros Carlos Botifol y Pedro Sevsec. La verdad es que no hacía falta toda esa gente para hacer la entrevista. Pero todos mis colegas querían conocer a Octavio Paz.

 Madame Tramini nos mandó a pasar,  y entonces salió Octavio Paz de un salón del interior de la casa. Yo me identifique, estrechamos las manos y le presenté a cada uno de mis colegas. El saludó a todos con amabilidad. Creí ver en sus ojos, muy azules, un destello de pícara curiosidad. Me imagino que pensaba, “¿Y que hacen todos estos locos en mi casa?”

Los daños a la casa habían sido mínimos. Había una grieta en una pared.  Don Octavio nos dijo que  su esposa y él habían pasado un mal momento cuando tembló la tierra. Pasamos a la biblioteca. Angel, Orson y Manuel prepararon los equipos para la entrevista. Pedro y yo nos sentamos a una mesa con Don Octavio. Carlos nos dijo que sería mejor que la entrevista la hiciéramos solo Pedro y yo. Fue una buena entrevista. Don Octavio, entre otras cosas, habló sobre como la corrupción había contribuido a la magnitud de la devastación causada por el terremoto. Según Don Octavio, la “mordida” a funcionarios públicos permitió que no se cumplieran con los códigos de construcción en muchos edificios y que eso causara que el terremoto los derribara. La entrevista no solo fue usada en nuestra cobertura para la Cadena Sin. Fue publicada en el Diario las Américas de Miami, gracias a un amigo periodista, el subdirector de ese diario, Ariel Remos.

Después de la entrevista, nos quedamos conversando con Don Octavio. El estaba muy interesado en la entonces naciente televisión hispana en Estados Unidos. Madame Tramini había desaparecido a algún rincón de la casa. Pero un par de veces vino a recordarle a su esposo que tenían algún tipo de compromiso. Ella quería que nos fuéramos. Pero Don Octavio disfrutaba de nuestra compañía. Estuvimos allí un buen rato. Pero finalmente llegó el momento de despedirnos. Había sido muy generoso con su tiempo, Don Octavio. Pero yo no me quería  ir sin un libro firmado por él. Le conté que había estado buscado alguna obra suya en dos librerías antes de llegar a su casa, pero no las había conseguido. Le dije que pensaba que lo censuraban. Me contestó con una leve y silenciosa sonrisa. Entonces le dije:

 -Mire, Don Octavio, ya que he sido tan atrevido con usted, permítame seguir siéndolo. ¿No tiene usted algún ejemplar aquí de una de sus obras? ¿Por qué no me regala uno de sus libros con su firma?

-Claro que sí. Será un placer.-

 Don Octavio sacó un libro de unos de los libreros, un ejemplar de El Ogro Filantrópico. Yo guardo muy pocos recuerdos de mis experiencias como reportero. Pero atesoro la foto que nos tomamos el grupo de la Cadena Sin con Octavio Paz antes de irnos. Y sobre todo el libro de portada azul, con una dedicatoria en la primera página escrita a mano en letras grandes. Dice así:

 “A Ricardo Brown, cordialmente, Octavio Paz

México, a 26 de septiembre  de 1985”

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