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RICARDO BROWN

Perdonen mi cursilería. Me pongo siempre así cuando escucho cantar "La Barca" o "El Reloj." 23 de octubre/09

Fue en el 2000. Trabajaba en Telemundo y me tocó hacer una serie sobre el bolero junto al productor Jorge Sotolongo y el camarógrafo Simon Erlich. Viajamos a Veracruz, que es una de las capitales del bolero. Allí visitamos la Casita Blanca de Agustín Lara y recopilamos material sobre Toña la Negra, que son ídolos míos y de Sotolongo. Y como resultado de aquel viaje y el entusiasmo de Sotolongo y mío, Simon, que es israelí pero que está muy aplatanado dado el tiempo que lleva trabajando en la televisión hispana, también quedó flechado con las composiciones de Agustín Lara y esa manera tan especial de cantar de Toña la Negra.

Veracruz es uno de esos sitios que se le meten a uno en el corazón, en la cabeza, en el alma. Lara, que verdaremente nació en el DF siempre decía que era de Veracruz. Me encanta esa mentira de Lara. Yo no estoy de acuerdo en que todas las mentiras son malas. Hay mentiras que no solo valen la pena. Hay mentiras sublimes, esenciales, poéticas, mágicas, . Y pienso que Lara manejaba la mentira como un arte. Era un maestro de la mentira gloriosa y por eso compuso todas esas maravillosas canciones sin haber estudiado música. Y por eso cantaba su música como nadie podía hacerlo, a pesar de que no tenía voz. Y por eso, muy lejos de ser un hombre bien parecido, conquistó a María Félix y le escribió aquel himno al amor que se llama “María Bonita.” Les contaría aquí de otro viaje que me inventé una vez a Acapulco y seguí todos los pasos de Agustín y la Doña por ese bello lugar en la costa pacífica de México. Estuve hasta en el cuarto del pequeño hotel donde pasaron su luna de miel y donde se dice que Agustín se inspiró para escribir “María Bonita.” Pero ese es otro cuento. Quien me lee sabe que lo que escribo es “stream of consciousness,” tal como me sale en el momento y a veces me desvío y me enredo.

Regreso, pues, a Veracruz. Jorge, Simón y yo filmamos mucho video del malecón, de la gente bailando danzón, de las estatuas de Agustín y Toña la Negra, cuyo nombre verdadero era María Antonia del Carmen Peregrino Alvárez y sí nació en Veracruz. Claro que si hubiera nacido en otro lugar, habría que haber inventado la mentira, como en el caso de Agustín Lara, de que nació en Veracruz. Yo no me imagino a Toña la Negra habiendo nacido en otro lugar. Les juro que si uno se para frente al malecón en Veracruz y mira hacia el mar se escucha a las olas cantar igualito a Toña la Negra cuando entonaba  aquello de “yo nací con la luna de plata, nací con alma de pirata.”

Yo admiro mucho a los mexicanos por múltiples razones. Pero una de las principales es porque defienden su cultura. La enaltecen. Y no esperan a que mueran las grandes figuras de la alta cultura y la cultura popular para rendirles tributo. Para aquellos como Sotolongo y yo que vivimos en esa patria virtual que se llama el bolero es emotivo detenerse frente las estatuas de Agustín y Toña la Negra en Veracruz. Y es conmovedor también saber que en el tiempo en que estuvieron vivos, Agustín y Toña la Negra fueron queridos, allá en Veracruz,  y en todo México.

En una de las noches en que estuvimos en Veracruz, como parte de nuestro trabajo Sotolongo y yo estuvimos conversando una larga noche de tequilas y recuerdos con otro monumento de Veracruz, el Maestro Memo Salamanca. Memo nos regaló inolvidables anecdotas de su larga y triunfal vida artística, sobre todo de aquellos días en que era hermano del alma de Beny Moré, a quien quisieron mucho en México. Y claro que el cariño fue mútuo. Lo dice el Beny en eso que cantaba de “Pero que bonito y sabroso bailan el mambo las mexicanas. Mueven la cintura y los hombros igualito que las cubanas.” Pero bueno, pierdo el hilo. Ya lo saben. Escribo como una veleta. Y además esto no se trata del mambo, es sobre el bolero, algo en que el Beny también brillaba.

Anyway, de Veracruz viajamos Sotolongo, Simón y yo viajamos al DF. Y una tarde logramos acordar conversar por unos minutos con Roberto Cantoral, que iba a viajar ese mismo día a Tamaulipas, su tierra natal. Roberto, antes de ir al aeropuerto iba a almorzar con miembros de la Sociedad de Autores y Compositores de Música de México en el Hotel Maria Isabel Sheraton en el Paseo de la Reforma. Allí nos vimos y tuvimos una entrevista excelente para nuestra serie sobre el bolero. Roberto me contó como escribió “Reloj” y “La Barca.” Escribió las dos canciones en una sola noche, al final de una gira por Estados Unidos que concluyó en Washington. Una mujer había sido parte de esa gira y Roberto y ella habían vivido uno de esos romances en que la pasión y la ternura se convierten en la misma cosa. Se separarían después de aquella noche.

Cuando Simón apagó la cámara y nos despediamos, yo le dije a Roberto. “Maestro, yo pienso que usted es tan importante como el más afamado escritor o poeta que haya dado la literatura latinoamericana. Somos millones y millones de latinoamericanos, de gente de todo el mundo incluso, de muchas generaciones, muchas generaciones que han de venir, para quienes esas letras y esas melodias de “Reloj” y “La Barca” son la más pura y sublime expresión de los amores que mas recordamos. Los que se van. Los que se fueron. Los imposibles.”

Así mismo se lo dije, porque así me nació en ese momento, y así lo recuerdo exactamente. Recuerdo también la reacción de Roberto Cantoral. Juro que fue así. Se le aguaron los ojos y me dijo “Esa es una de las cosas más bellas que me han dicho en toda mi vida. Gracias.” Y me abrazó.

Hoy , de casualidad, escuché a alguien cantar “La Barca.” Me hizo pensar mucho. Pensé en amores que se fueron y que no se fueron porque aquí están en el recuerdo. Pensé en el agradecimiento que le tengo a Agustín Lara, a Toña la Negra, a Memo Salamanca, a Roberto Cantoral, a toda la gente que forma parte de la gran patria virtual que se llama el bolero.

Cada vez que yo escucho “Reloj” o “La Barca” me afloran los recuerdos de niñas y mujeres que amé  de cerca o de lejos. Que me quisieron o fueron indiferentes conmigo. Que estuvieron conmigo y ya no están. O que simplemente nunca besé.

Pienso también en el privilegio que tuve de haber conocido a Roberto Cantoral. Y de haberle expresado mi gratitud por haber escrito tantas canciones bellas como “Regálame Esta Noche,” “Yo lo comprendo,” “Al final” y tantas otras. Pero especialmente “Reloj,” y “La barca.”

Pienso también en la mujer a quien Roberto le escribió esas dos canciones en una noche de despedida en Washington. Roberto no me dijo el nombre de su Musa. Pero, señora, gracias. Donde quiera que esté, gracias. Para haber inspirado a Roberto Cantoral a componer “Reloj” y “La Barca,” usted tiene que ser una mujer maravillosa. Tan maravillosa como la que estoy recordando yo en estos momentos.

 

 

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