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RICARDO BROWN

El regreso de Espinoza.

 

Me llamó Espinoza. Estaba preso y me pidió que pagara la fianza que le impusieron. No era mucho, 500 dólares. Y fuí a la cárcel a sacar a Espinoza de su encierro. Más que por hacerle un favor  a alguien a quien conozco, lo hice por que le tengo terror a Espinoza. No quiero que Espinoza me eche maldiciones. No quiero que me haga brujerías. No soy amigo de Espinoza, pero no quiero que sea mi enemigo. Es un personaje muy peligroso y vengativo. Ojalá que no lea esto.  Quiera Dios que no le cuenten lo que estoy escribiendo.

¿Y por qué lo estoy escribiendo, entonces? Ah, es que no puedo dejar de escribir sobre Espinoza. No puedo dejar de contar las aventuras de Espinoza. Espinoza tiene un enorme poder sobre todas las personas que conoce.

Me dijo Espinoza que fue arrestado en un cementerio en horas de la madrugada. Estaba sentado sobre una tumba, con un serrucho y una enorme foto enmarcada de Margaret Thatcher en sus manos. El sereno del cementerio llamó a la policía.

No le pregunté a Espinoza que lo motivó a presentarse en el cementerio con su serrucho y su foto de la ex estadista británica. Uno no cuestiona las acciones de Espinoza. Uno espera que Espinoza, si está de buen humor, explique su comportamiento. Por suerte, Espinoza estaba de buen humor. Y cuando se bajó de mi carro, frente a su casa, me dijo:

“De seguro tienes curiosidad de que estaba haciendo yo en el cementerio con el serrucho y la descomunal foto de la Dama de Hierro. Pues te lo cuento. Me dolía la garganta y estaba preocupado por lo que está ocurriendo en el norte de Bulgaria. Es grave la situación sobre todo ahora con el alza del precio de la leche y la pimienta.”

Yo solo le di las gracias. Uno no pide explicaciones a Espinoza.

Por cierto, Espinoza en ningún momento me dio las gracias a mi por sacarlo de la cárcel ni por llevarlo a su casa.  Y dudo que me pague los 500 dólares de la fianza.

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