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RICARDO BROWN

Delirios de sábado. Stream of consciousness. 10:00AM, sábado 25 de febrero/12

Uno tiene que nutrir el espíritu. Alimentar el alma. Con la lectura. Con la música. Con la buena conversación. Con los viajes.  Con la imaginación. Con todo lo que nos incite al delirio. Ahora mismo escucho a Bach. El Concierto de Branderburgo Número Tres. Que grande, Bach. Hace años, cuando trabajaba en Univisión, me inventé un viaje a Leipzig para cubrir la primera visita de Helmut Kohl a lo que era entonces Alemania Oriental. Pero de veras yo quería ir a Leipzig para entrar en la Thomaskirche, la Iglesia de Santo Tomás, donde Bach trabajó como cantor y donde  descansan sus restos. Fue uno de mis muchos peregrinajes. Cuanto peregrinaje he emprendido a las tumbas de gloriosos muertos que en realidad viven, porque los siento, son mis amigos, me hablan con su música, sus lienzos, sus poemas,  sus novelas. Allá en Hartford me iba a la casa de Mark Twain, diseñada como un river boat del Mississippi y me metía en el salón de billares y juro que escuchaba la risa de Twain. Y dos veces me fui con Eileen para el Walden Pond en Massachussetts a comulgar los dos con Thoreau. ¿Qué habrá sido de Eileen? Una vez compré un boleto de Londres a Dublín en un arrebato por buscar a Eileen y no me monté en el avión. Me entró miedo de encontrar a Eileen y ver que no era la misma, con su pelo rojizo, sus ojos del azul de la primavera irlandesa, su piel blanca, perfecta, sus labios suaves. Besar la boca de Eileen era como besar a una rosa. ¿Me dejaría besarla de nuevo? ¿Me provocaría besar la boca de Eileen cuando me la encontrara? La idealizaba, la tenía como una de esas doncellas que inspiraban a Yeats, quizás me la había imaginado, quizás no había existido Eileen como la recordaba yo.  Me dio terror encontrame de nuevo con Eileen. Por eso no abordé el avión a Dublín.  La Eileen en mi memoria, la que tengo aquí ahora presente, tiene 17 años y es esbelta y bella y de sencilla elegancia y alegre y brillante y me ama. Me dijo que siempre me amaría como la he amado yo todos estos años. Un amor de toda una vida por alguien a quien no vi más desde aquel día triste que regresó a Irlanda con su madre y sus hermanos y la besé por última vez. Tuve miedo en Londres de montar el avión y en algún rincón de Dublín o en algún pub de County Cork encontrame con una Eileen que ya no sería Eileen y me contaría quizás de su esposo y de sus hijos y yo le contaría lo que hice y lo que he caminado. Y ambos seriamos cariñosos, pero nos hubiera dolido aquel encuentro porque de frente tendríamos a una realidad bastante distinta al sueño que nos prometimos o que ella me hizo prometer de no vernos más, de no escribirnos, de no buscarnos, de mantener intacto, puro, aquel recuerdo. Hice un pacto con Eileen. Un pacto forzado, quizás, de mi parte, por que la quería, por que me deslumbraba y hacia todo lo que ella me pedía. Pero un pacto que estuve a punto de romper aquel día que no abordé el avión a Dublín. Y ahora que escucho a Bach, recuerdo que fue Eileen quien me enseñó a escucharlo en aquelos momentos tiernos, Eileen que amaba a los Beatles, pero amaba más a Bach, y yo llegué a amar a Bach por ella. Me doy cuenta ahora que fui a Leipzig, fui a la Thomaskirche a la tumba de Bach por Eileen, en busca de Eileen, deseando en mi delirio encontrarme allí con Eileen, como siempre he deseado encontrarla en el salón de billares de la casa de Mark Twain en Hartford, como he desado encontrarla de nuevo en Walden Pond cuando he regresado allí. Y eso que escribí al principio, eso de nutrir el espíritu, de alimentar el alma con la lectura, con la música, con la buena conversación, con los viajes, con la imaginación, esas son palabras de Eileen, que de lejos en el tiempo y en la distancia nunca me ha dejado de hablar. La escucho ahora decirme de nuevo: “No nos veremos jamás, así está escrito en las estrellas. Pero siempre estaremos presentes en el recuerdo del uno y el otro como somos en este instante: Jóvenes, con ideales, son sueños, con una vida por delante, con mucho por aprender.  Y tendremos amores y desamores. Y cambiarán nuestras vidas, porque la vida es cambio. Pero nunca cambiará la imagen que yo tengo de ti ni la que tú tienes de mi.” Yo no tengo fotos de Eileen y ella no guardó fotos mías, Eso fue parte del pacto. Pero yo tengo una foto de como era yo, de quien era yo, en aquel breve pero eterno tiempo en que  Eileen y yo fuimos uno solo. A veces la coloco en Facebook y en Twitter. No he encontrado a Eileen en esto que se llama redes sociales. Ni siquiera sé si vive Eileen. Pero ahí en Facebook, en Twitter, esta la imagen de quien fui yo como adolescente. Quizás algún día ella la vea. No estoy seguro que quiero que sea así.  Quizás la vean sus hermanos. Quizás algún día sepa de Eileen. Quizás no. Sí sé esto. Escucho a Bach y la siento junto a mi. 

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