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RICARDO BROWN

LA OTRA TARDE VI NEVAR (Del libro "Escrito en Shenandoah" publicado por Isla Books

Eileen era rubia, de ojos azules y tez muy blanca. Era alta, con la  fina figura de una diosa celta.  La conocí una tarde de noviembre en que nevó muy fuerte. La nevada me sorprendió a varias cuadras de mi casa. Yo venía de regreso de mi trabajo de tiempo parcial , en el departamento de envíos y recibos de una fábrica de cojines. Tenía 18 años y estudiaba por las mañanas en el recinto del centro de la ciudad de la Universidad de Hartford. Al concluir las clases iba directamente al trabajo, que no era muy lejos de la universidad ni de mi casa.

Caminaba por la acera perdido en mis pensamientos cuando de pronto se abrió el cielo. No habían pronosticado nieve para ese día y para mi fue como un estallido de júbilo. Aquel día había sentido la extraña melancolía que inexplicablemente a veces aflige a los adolescentes. Pero ahora de repente me levantaba el espíritu el espectáculo ante mis ojos. Caían los copos de nieve y se cubría todo lo que me rodeaba con un manto de blanco. Me hacia sentir alegre. Me imaginaba a Dios sonriente y contento mientras caía la nieve y la vida misma se vestía de novia. Así me sentí la primera vez que vi una nevada después de mudarme al norte.  Y así fue también aquella tarde. Así ha sido siempre.  Cada vez que veo nevar es como la primera vez.

Llegué al pequeño edificio donde vivía con mi madre y mis hermanos. Llevábamos apenas unos días en el lugar. Había solo tres apartamentos, uno en cada piso. Los Alvárez, unos amigos cubanos,  vivían en el tercer piso. Nosotros nos habíamos mudado al segundo piso. Yo no conocía aún a la familia del primer piso. La señora Alvárez le había dicho a mi mamá que los inquilinos del primer piso  eran una mujer irlandesa y sus tres hijos. Por alguna razón,  nunca los había visto.

Yo estaba feliz. Me repetía a mi mismo en silencio que no había nada más bello que una nevada. Estaba convencido de ello. Hasta que entré por la puerta del edificio y ví a Eileen por vez primera. Supe en ese instante que hay algo que también llega del cielo pero que es  más deslumbrante aún que la nieve. Los ángeles.Y frente a mí tenía ahora al más bello de todos. Eileen estaba junto a la puerta de su casa. Iba a salir. Me saludó y conversamos brevemente y aquella voz era todo dulzura y magia. En unos minutos supimos mucho el uno del otro. Ella tenía 17 años y estaba en su último año de high school. Esa noche no dormí, pero soñé despierto con Eileen. Supe que la amaba desde ese primer encuentro, que la había amado siempre, mucho antes de haberla conocido,  y que estaba destinado a amarla por el resto de mis días. Juré que haría todo lo posible porque ella me quisiera a mí.

Y no sé como fue. El amor es misterioso.  Y a veces,  es tan grande el deseo de ser querido por quien uno ama,  que se logra el milagro. Muy pronto éramos novios. Yo estaba en la gloria. Vivía por estar con Eileen. Hablábamos horas y horas. Ella me contó su vida. No era del todo feliz.

Nació en Irlanda, en County Cork. Era la mayor de cuatro niños. Su familia había emigrado a Estados Unidos siete años antes. Vinieron a Hartford porque aquí vivía un hermano de su madre. El padre de Eileen  era ingeniero y muy pronto consiguió un buen trabajo en una fábrica de motores de aviones.  Vivían en una buena casa y eran felices hasta que un día el padre se desapareció. No supieron más de él.  Eso había ocurrido tres años antes. La madre de Eileen no sabía que hacer. Se había quedado sola, con cuatro niños en un país extraño. Nunca había trabajado. El tío trató de ayudar, pero era poco lo que podía hacer. Era un alcoholico que casi siempre estaba desempleado.

La madre de Eileen comenzó a trabajar de camarera para mantener a sus hijos. Pero no alcanzaba el dinero. Muy pronto, perdieron la casa y se mudaron al edificio donde nos conocimos, en un barrio obrero.  Un año antes de conocernos, la hermana de Eileen murió ahogada en un río, donde había estado nadando con un grupo de muchachos, entre ellos sus hermanos. La madre de Eileen sufrió una crisis nerviosa. Dejó de trabajar. La familia comenzó a recibir ayuda pública. Eileen tenía dos hermanos vivos. Ita, que también era bella, tenía 16 años. Leo, el menor, tenía 10 años. Noreen, la hermana que había muerto ahogada era la tercera de los cuatro hermanos. Tenía trece años cuando murió.

Eileen e Ita trabajaban dos horas de lunes a viernes en una farmacia después de terminar sus clases en el Hartford High School. Eileen y yo íbamos mucho  al cine, escuchábamos música y, sobre todo, teníamos largas conversaciones. Ella me pedía que le enseñara español y aprendió bastante en breve tiempo. Eileen era brillante. Le encantaba la literatura y soñaba con ser una escritora famosa. Aún antes de graduarse de escuela superior, le habían dado una beca para estudiar en la Universidad de Connecticut en Storrs.

Yo también amaba la literatura. Eileen yo coincidiamos en quienes eran nuestros  favoritos. Entre los poetas, nos gustaban Dickinson, Keats, Byron,  Shelley y Whitman; entre los novelistas,  Joyce, Fitzgerald, Hemmingway, Faulkner y,  sobre todo, Mark Twain. Ibamos mucha a la casa en que vivió Twain en Hartford, que hoy día es un museo y está a solo unos pasos del Hartford High School. Jurábamos que allí sentíamos la presencia de Mark Twain.

Eileen y sus hermanos habían perdido el acento irlandés. Pero la Señora Clancy hablaba como una pura irlandesa. Era una mujer muy golpeada por la vida y prematuramente avejentada, pero que conservaba cierta belleza y elegancia. En las mañanas siempre saludaba diciendo, “Top of the morning to you!”

Eramos felices Eileen y yo. Llevabamos meses de novio.  Yo estaba convencido que siempre estaría junto a Eileen. Pero al igual que conocí con Eileen que los milagros son posibles, también descubrí que no siempre son eternos. Una noche de abril  Eileen me dijo que su familia iba a regresar a Irlanda. Su madre estaba en muy malas condiciones sicológicas. Cada día era peor su depresión. La familia en Irlanda le pedía que regresara junto a sus hijos. Temían por los muchachos y sobre todo por Leo, el menor. Allá en Irlanda había abuelos, tíos y tías. Acá en Hartford solo estaba el tío alcohólico. Yo le rogué a Eileen que se quedara. Le propuse casarnos. Me dijo que ella no podía abandonar a su mamá ya que ese sería el golpe final a la salud mental de la Señora Clancy. Le dije entonces que yo me iría a vivir a Irlanda. Ella me miró con ojos llorosos. Nunca he olvidado sus palabras:

-Ricardo, tú y yo nos amaremos siempre. Pero no es nuestro destino pasar el resto de nuestras vidas juntos. No está escrito así en las estrellas. Lo que va a ocurrir, lo que está escrito en los astros,  es que yo regresaré muy pronto a Irlanda y tú te quedarás aquí. Yo pasaré el resto de mi vida pensando en el maravilloso muchacho cubano que fue y será siempre mi novio. Tú pasarás el resto de tu vida pensando en la chica irlandesa a quien tanto quisiste y que siempre te va a querer a ti. Yo siempre le contaré a la gente sobre ti. Y tú siempre hablarás de mi. De quienes fuimos, de lo que vivimos en estos últimos meses.En nuestros recuerdos siempre seremos así como somos en este instante, dos muchachos enamorados. -

Eileen, sus hermanos y su mamá regresaron a Irlanda dos semanas después. Partieron una mañana de abril. Yo no fui al aeropuerto. No me sentía con las fuerzas. Ita y Leo me abrazaron al despedirnos frente al edificio. La Señora  Clancy me dijo, “Top of the morning to you.” Besé y abracé a Eileen por última vez. Nos corrían lágrimas por las mejillas a ambos. Se fueron  todos en el carro del tío.

Yo me encerré en mi cuarto. En la noche, bajé al primer piso del edificio y ví que había una luz encendida en el apartamento que había sido de Eileen y su familia. La puerta estaba sin llaves y entré. Me encontré con el tío. Estaba borracho, tirado en el piso. Al verme, se levantó y me abrazó. En el  piso había una botella de whisky irlandés vacía y otra casi llena.  Nos acabamos de beber el whisky. Me quedé dormido en el piso y cuando desperté en la mañana se había ido el tío de Eileen.

El tío de Elieen se marchó de Hartford al cabo de varias semanas y no lo volví a ver. Averigüé la dirección de Eileen y le escribí cartas durante meses. Nunca me contestó.. Han pasado muchos años. Muchas veces he pensado ir a Irlanda. Pero algo me lo ha impedido. No sé si es lo que me dijo Eileen sobre lo que está escrito en las estrellas. Tal vez temo encontrármela y que ya no sea aquella adolescente bella como un ángel. Quizá es que temo que ella vea que yo ya no soy aquel muchacho. Tal vez es que a todos nos hace falta tener grabada para siempre intacta en el corazón la imagen del amor perfecto. Una vez, cuando vivía en Londres, compre un boleto para viajar a Dublín. En el último instante, decidí no abordar el avión.

Todos estos años he seguido pensando en Eileen y, tal como ella me dijo que sucedería, contando la historia de lo que vivimos. Estoy convencido que ella también me recuerda y le habla a la gente de mí.

Vivo en Miami desde hace mucho tiempo. Pero cuando viajo al norte en invierno, me emociono mucho cuando veo caer la nieve. Y en abril, donde quiera que estoy, viene a mi mente aquella mañana de primavera triste en que por última vez tuve a Eileen en mis brazos , la besé y escuché su voz . Siempre será así. Está escrito en las estrellas.

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