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RICARDO BROWN

Un Exabrupto de domingo por la mañana. 11 de abril/10

 

Leía esta mañana algunas de las declaraciones de los artistas e intelectuales cubanos que participaron en los conciertos/manifestaciones que se llevaron a cabo ayer en La Habana y Santiago de Cuba. Palabras muy poéticas, muy bellas, de gente que maneja bien la imagen y la metáfora. Nada que ver con el lenguaje crudo,primitivo, divorciado totalmente de la estética, de los ancianos jerarcas de la dictadura, que usan las palabras como granadas, como balas de fusil, para destruir vidas e ideas y hasta un país.

Uno de los oradores habló del poder del amor. Y yo pienso, ¿se refleja ese poder del amor en el odio de las turbas que les lanzan golpes,  insultos y amenazas a las Damas de Blanco?

En estos días se cumplen 30 años del Éxodo del Mariel. He vuelto a ver imágenes en la televisión del odio demencial de aquellas turbas -mucho más grandes que las que acosan a las Damas de Blanco- golpeando a sus compatriotas , gritándoles los peores epítetos, porque querían romper filas, porque querían irse del Paraíso Revolucionario. Y yo pienso, ¿no es una de las características del artista genuino romper filas, huir del Paraíso, crear su propio mundo?  ¿No tiene derecho el artista a buscar esa verdad? ¿Y si tiene derecho el artista a buscar esa realidad, no lo tiene el carpintero, el estudiante pobre o el profesional harto de la hipocrecía?

¿No tienen ese derecho los albañiles negros?

¿Y  no lo tienen los jóvenes -negros, blancos, chinos, mulatos, cuerdos o locos, con formación ideológica o totalmente indiferentes a las ideas, como quizás eran aquellos jóvenes negros fusilados en el 2003?

¿Hay qué caerles encima en pandilla a quienes rompen filas a su manera?

¿Hay que insultarlos frente a sus hijos y sus madres?

¿Hay que fusilarlos en un dos por tres y entonces firmar cartas en que se defienden los fusilamientos?

¿Hay que irrespetar el sacrificio de alguien que muere en una huelga de hambre, por cualquier causa, y decirle delincuente común, calumniar a gritos a un muerto que no se puede defender y negarle a la madre del muerto el derecho a defender a su hijo?

¿Hay que acosar a esas mujeres que caminan por las calles de su ciudad, su país, diciendo en silencio que sus maridos están presos injustamente?

Yo no soy nadie.

No soy un creador.

No soy un intelectual.

Pero amo la creación.

La cultura,  el arte.

Y admiro a los trabajadores de la cultura.

A los artesanos que elaboran una imagen de la Virgen de la Caridad con una cuchilla y un pedazo de madera.

Y a los poetas que inventan Unicornios y le ponen música.

A los que escriben décimas güajiras y los que componen sinfonías.

Amo el arte y lo divorcio de la ideología.

Pero como no soy nadie, no entiendo como es que puede ser que  quien escribe bien, compone melodias o versos bien, pinta bien, canta bien, toca la tumbadora bien, domina la clave bien, no ve bien la realidad que le rodea.

Porque pienso que para poder inventar bien una nueva realidad hay que ver la realidad que existe.

Estoy convencido que así era el poeta a quien casi todos los cubanos evocamos.

Que era tierno.

Que rechazaba la bala asesina y la calumnia asesina.

Que al igual que queria a su madre y a sus hijos, quería a los hijos y las madres de quienes no lo querían a él.

Que se hubiera identificado con un albañil negro que, como él, sacrificó su vida, se suicidó quizás inutilmente, a los 42 años.

Yo no tengo el dominio de la imagen, de la metáfora, de la palabra, de la música, de la clave, que tiene esa gente que se encaramó en las tarimas en el Malecón en la Habana y frente al Cuartel Moncada en Santiago y leyó poemas y declaraciones y cantó canciones y tocó instrumentos con maestría.

Soy uno del montón.

Soy también uno de esos a quienes las olas arrastraron hacia  el otro lado del mar y que le ha tocado ver desde lejos.

Soy producto en gran parte  de las palabras bien dichas y escritas, del arte, de la cultura, de la realidad del otro lado del mar.

Y les cuento algo.

Me impactaron mucho, me marcaron para siempre, las palabras de un profeta de este lado del mar que también murió antes de tiempo.

Dijo Martin Luther King, Jr. ( un negro tan negro y tan vilipendiado en el país donde nació como Zapata Tamayo, como Oscar Elías Biscet, como Darsi Ferrer) que había que desterrar la violencia del corazón, del puño  y de la lengua.

Yo no sé como sería yo, que tipo de persona sería yo, si me hubiera tocado ver las cosas de Cuba de cerca.

De adentro.

De aquel lado del mar.

No sé si tendría el coraje de los que verdaderamente rompen filas y buscan una nueva realidad.

Los que sufren golpes e insultos y se les grita que “esta calle es de Fidel.”

Los que lentamente, gota gota,  se matan de hambre y sed.

Para que luego le peguen a su madre y le griten “negra de mierda” y le digan que su hijo era un delincuente común y no le permitan defenderlo.

Yo respeto el talento de quienes hablaron e hicieron música ayer en La Habana y Santiago de Cuba.

Reconozco, por lo que he leído, de lo que me he enterado, que al menos no usaron los epítetos, los insultos, la incitación al odio y la violencia que

surge de la entrañas de quienes verdaderamente mandan en Cuba.

No usaron el vocabulario de los que creen y practican la violencia del corazón, del puño y de la lengua.

Reconozco eso.

Pero no dejo de pensar que están equivocados.

Que defienden lo injusto.

Pienso que Martí no hubiera estado junto a ellos.

Que al igual que Ezra Pound esos artistas e intelectuales que estuvieron en las tarimas en el Malecón y frente al Moncada quizás son buenos en inventarse con su arte un mundo de sublime fantasia y belleza. 

Pero que al igual que Ezra Pound el mundo de este mundo que defienden,  la realidad de esta realidad por la cual luchan,  son terribles.

Pienso en como Ezra Pound terminó en un manicomio.

Pienso que esas tarimas en el Malecón y el Moncada también eran manicomios ayer.

Porque una cosa es la imaginación.

Y otra cosa es la mentira que oculta terribles verdades.

Vivir en esa mentira enloquece a los más cuerdos, a los más talentosos.

Yo prefiero pensar que esa gente que estuvo ayer en las tarimas en el Malecón y el Moncada delira.

Prefiero pensar en ellos como locos que como cómplices. 

Estoy convencido que son importantes los creadores.

Pero no tanto como un albañi negro que se inmola en plena juventud.

No tanto como las mujeres que salen a las calles a defender a sus hombres y soportan insultos y golpes porque “las calles son de Fidel.”

Yo, que no soy nadie, pienso que las calles de Cuba deberían ser de Martí.

Si las calles fueran de Martí, serían también de las mujeres vestidas de blanco con gladiolos en las manos, y serían de los albañiles negros y de sus madres y serían de los que hablaron ayer frente al Malecón y el Moncada y serían mías.

Y en el Malecón de La Habana y frente al Moncada en Santiago, podrían cantar o echar  versos al aire o leer discursos bien escritos ustedes,  pero también Celia Cruz, Agustín Acosta y Reinaldo Arenas.

Yo, que no soy nadie, me cansé de tanto odio.

No quiero que los cubanos odien ni que sean odiados por otros cubanos.

No quiero que mueran cubanos en aviones dinamitados sobre el mar.

Ni fusilados ante los paredones.

No quiero que mueran cubanos por el odio.

No quiero que mueran más poetas como Martí a los 42 años.

No quiero que mueran albañiles como Orlando Zapata Tamayo a los 42 años.

Y lo repito, no soy nadie.

No soy como quienes hablaron y cantaron em las tarimas del Malecón y el Moncada, que tienen talento.

Soy simplemente uno de esos a quienes las olas arrastraron al otro lado del mar y le ha tocado ver desde lejos.

Y que en su larga vida, una vez quiso hacer poemas como Marti y una vez le toco pegar ladrillos como Zapata Tamayo.

Y que hizo muy mal las dos cosas.

Tan mal que dejó de hacerlas.

Pero que quizás, si no hubiera sido por el odio, las hubiera hecho mal en el lugar donde nació.

En vez de tener que ver las cosas desde tan lejos.

 


 

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