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RICARDO BROWN

No mueras, Guillermo Fariñas. Abandona tu huelga de hambre.6 de marzo/10

 

No soy nadie.

Uno más del montón.

Pongo aquí lo que pienso.

Pero sé que se lo llevará el viento.

Nadie se entererá.

Y si se enteran unos pocos, no les importará,

Se olvidarán rapidamente.

Pero tengo que decir estas cosas.

Por mi.

Para que quede algún testamento.

Señores, a mi no me hacen falta más martires para saber lo que es bueno o malo.

Señores, no quiero que mueran más cubanos.

Me solidarizo  -no sé si es la palabra correcta- con aquellos que con su sacrificio supremo nos convocan a la lucha.

Con los que entregan su vida para que el mundo sepa la verdad.

Con los que se lanzan a una muerte lenta y dolorosa y están dispuestos a usar su cuerpo como denuncia, como grito,  como tribuna.

Los que se suicidan pedazo a pedazo, minuto a minuto,  porque es la única forma que tienen para que los escuchen.

Lo comprendo.

Lo entiendo.

Pero me duele.

Me duele porque defiendo la vida.

La vida de todos.

La vida, incluso, de mis enemigos.

De los que me odian porque no pienso como ellos.

O creen que no pienso como ellos.

Y eso le es suficiente para odiarme.

Señores, yo no sé como terminará aquella pesadilla de más de medio siglo.

Yo no sé si terminará antes de que yo muera.

Pero, les digo esto.

Que no muera nadie por mi.

Que no muera nadie por lo que yo pienso.

Que no muera nadie para darme regreso.

Pienso que aquello, aquella cosa terrible de paredón y odio nunca debió haber sido así.

Pienso que va en contra de la historia, la ética, la moral y sobre todo contra la vida y la felicidad todo aquello de fusilar con la bala y la palabra.

Pero no sé, no sé, no sé, como cambiarlo, como hacerlo desaparecer.

Y lo confieso aquí.

Lo grito, aunque sé que el viento se llevará mis palabras.

Lo grito por mi.

Por mis hijos.

Por todos los hijos de Cuba.

Por todos los hijos del mundo.

Por los que están aquí.

Y los que se fueron.

Y los que están por venir.

(Arrogancia mía.)

Mi vida ya es larga.

He visto mucho.

He amado mucho.

Me he sentido amado.

Mi vida ya es larga.

Pero no estoy dispuesto a entregarla.

No le temo a la muerte.

Sé que es imposible huirle.

Pero después de tanta vida, sé que es conveniente, sé que posiblemente es hasta urgente,  hacer esperar a la muerte.

A mi me tocó vivir fuera de donde nací.

Amo lo que he vivido fuera de allí.

Pero venero aquel espacio, aquel tiempo, aquella gente de mi infancia.

Siempre han estado conmigo.

Las playas, el sol, la magia de aquella ciudad majestuosa, llena de música y columnas y arcos y vitrales y gente que sonreía y era cariñosa con los niños y los ancianos.

Aquella ciudad que era bella bañada de luz y bella cuando pasaban ciclones.

Yo atesoro aquello.

Siempre ha estado conmigo.

Aquellos recuerdos me han hecho reir y me han hecho llorar, que  pienso que son casi la misma cosa.

Me he pasado toda una vida

-Una larga vida-

Pensando en aquello.

Recordando aquello.

Soñando con aquello.

Amo aquello.

A mis abuelos que jamás pude volver a veri, a mis primos, a mis tías y tíos.

Al jardín de mi madre.

A mis escuelas y mis maestros.

Me siento afortunado de haber nacido allí.

De que en un pedacito de mi niñez, vi tocar a la Aragón.

Y conocí a Lecuona y a Bola de Nieve porque eran amigos de mi abuela.

Y de que muchas veces viajé con mi abuelo en la lanchita de Regla.

Abuelo y sus guayaberas resplandecientes.

De tantas cosas me acuerdo.

De tantas cosas me siento afortunado.

Orgulloso.

Orgulloso de haber nacido allí.

De llevar todo aquello dentro de mi.

Incluso el sueño aquel de niño de subir las escalinatas de la Universidad de la Habana y estudiar allí.

Me tocó otra cosa.

Me tocó otra vida.

Pero la amo.

Amo lo que viví.

Y amo también lo poco o mucho que me queda por vivir.

Pienso ahora en Martí.

En sus Versos Sencillos.

En lo que le cantó –porque eran cantos- a la bailarina española y a los pobres de la tierra.

En su príncipe enano.

En su niña de Guatemala.

Y pienso en lo que dijo Martí a los tabaqueros de Tampa.

En lo que dijo de viejos robles y pinos nuevos.

Pienso en la vida tan breve de Martí.

En todo lo que hizo en tan pocos años.

Como poeta.

Como ensayista.

Como pensador.

Como maestro.

Como hombre.

Como cubano.

Pienso en Martí como preso siendo casi un niño.

En su exilio allá en España.

En México.

En Guatemala.

En Nueva York.

En todos esos sitios que a mi también me ha tocado visitar.

Y que amo.

Como los amaba él.

Aunque amaba a Cuba sobre todas las cosas.

Y allá regresó, despues de vivir lejos toda una vida.

Vivió fuera de Cuba casí toda una vida.

Y a Cuba volvió para morir.

Yo no sé si fue un suicidio la muerte de Martí.

Pero les digo esto a quienes no me escuchan porque sé que estas son palabras para que se las lleve el viento.

Se lo digo, pues, al viento.

A los cubanos nos hacía falta que Martí hubiera vivido más,

Por la poesía que hubiera escrito.

Por la sabiduria, la humanidad, de sus ensayos.

De sus discursos.

Quizás le hubieramos prestado más atención.

Hubiéramos aprendido que no es necesario odiar.

Que hace daño odiar.

Que hay que amar.

Que se puede luchar sin odiar.

Que se debe luchar amando.

Que no se construye una Patria odiando.

Que no se construye un futuro odiando.

Que hay que amar.

Yo pienso que hay que rechazar lo injusto.

Hay que denunciarlo.

Hay que combatirlo.

Pero que sobre todas las cosas, hay que hacerlo sin odio.

Lo repito.

No soy nadie.

Pero amo la vida.

Amo mi vida.

Me duele que Martí murió tan temprano.

Me duele aquella muerte de Pedro Luis.

Me duele que murió Orlando.

Y no quiero que muera Guillermo.

Sé que no me va a escuchar.

Sé que si me escuchara no me haría caso.

Pero lo tengo que decir.

No mueras, Guillermo.

Sinceramente, no mueras por mi ni por mi familia.

A final de cuenta, la familia y la Patria son lo mismo.

No mueras, Guillermo, por mis abuelos ni por mis hijos.

Yo te prefiero vivo.

Nos haces más falta vivo.

 

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