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RICARDO BROWN

Se me perdió el dinero. 16 de noviembre/09

Soy olvidadizo. Distraido. Vivo en la luna de Valencia. Como quieran llamarle. El hecho es que soy así desde niño. Se me pierden las cosas. Y varias veces he pasado grandes sustos por ello.

Como aquella vez en Barbados. Se me quedó un sobre con cuatro mil dólares en un taxi. Era dinero que me habían dado en el Noticiero SIN para cubrir gastos en la cobertura de la Invasión de Grenada. En aquellos tiempos en la Sin nos daban dinero en efectivo. No había tarjetas de crédito de la empresa. Yo creía que tendría que pagar esa plata. Pero, sorpresivamente, el caballeroso y honesto chofer vino al hotel y me entregó el sobre. Se negó a aceptar una recompensa. No me acuerdo de su nombre.

Pero si me acuerdo de Antonio, en Tegucigalpa. Me pasó lo mismo. Dejé un sobre con siete mil dólares en un taxi. Y Antonio regresó al hotel y me entregó la plata. Recuerdo bien su nombre, porque cuando me di cuenta que había dejado el dinero en el taxi, le pedí a San Antonio que me ayudara. Mi mamá jura que a si a uno se le pierde algo, le pide a San Antonio que lo ayude y aparece el objeto perdido. En Barbados se me había olvidado aquello y el dinero había aparecido de todas formas. Pero en Tegucigalpa, me acordé de San Antonio y recuperé el dinero y dio la casualidad (¿sería casualidad?) que el taxista se llamaba Antonio. Antonio tampoco quiso aceptar una recompensa. Pero si aceptó darse un par de tragos conmigo.  Nos hicimos amigos y lo vi muchas veces después en otros viajes a Tegucigalpa y hasta conocí a su esposa e hijos. Tremenda familia.

Por esas y otras razones, Barbados y, sobre todo,  Honduras son lugares que yo quiero mucho. Nunca me olvidaré de esos taxistas tan honestos y decentes. He hecho el cuento diez mil veces. Y esta vez lo hago por algo que me pasó esta mañana

Estaba, como siempre, muy apurado. Entré corriendo a una oficina de correos donde tengo una caja postal. Había un señor ya mayor abriendo su caja postal y sacando el correo. El señor terminó y se fue. Yo saqué mi correspondencia de mi caja y empecé a echar en la basura todo el “junk mail” que recibo. De pronto, el señor entro de nuevo a la oficina de correos. Me preguntó:

-¿Usted acaba de entrar, no?-

-Si señor-

-¿Se le cayó algo?-

Vi entonces que el señor agarraba en su mano derecha un puñado de billetes. Me toque los bolsillos y me di cuenta que se me había caido el cambio de algo que había comprado antes de ir a la oficina de correos. Eran menos de diez dólares, que me había metido en un bolsillo. Le dije al señor:

-Creo que si, que se me cayó algo-

-Dígame, ¿que se le cayó?

-Pues creo que un poco de dinero-

-¿Cuanto?

-Pues mire, la verdad que es no sé-

-Pues dígame, ¿cuanto?

-Señor, la verdad es que no sé la cantidad exacta-

-¿Cómo no va a saber la cantidad exacta?-

-La verdad, señor, es que no sé, es pequeña-

-¿Y cómo voy a saber yo si usted me dice la verdad?-

 

Y ahi perdí la paciencia. Le dije al señor que verdaderamente yo no estaba en ánimo de someterme a un interrogatorio y que tampoco tenía tiempo de hacerlo pero que, ya que le interesaba eran quince millones de dólares con cincuenta y siete centavos, pero que como soy una persona noble y caritativa se lo regalaba a  él que seguro lo pondría a mejor uso que yo,  que lo único que hago con el dinero es gastármelo en todo tipo de actividades ilícitas que atentan contra la moral, la decencia, la fauna, la flora y la paz mundial. Y con la misma le dije que tuviera un buen día y me marché. El señor no me dijo nada. Y ahora pienso que, en un arranque de impaciencia herí los sentimientos de un pobre señor que a lo mejor gritaba en vez de hablar porque es medio sordo. Aunque, pensándolo bien, parecía escucharme sin ningún problema. Quizás es sencillamente que el señor en un chusma. O tal vez es que yo soy un prepotente. Pero la verdad es que me molestó el señor. Y me hizo pensar en el taxista de Barbados y Antonio, el taxista de Tegucigalpa. Caramba, aquellos señores si que eran educados. Me devolvieron miles de dólares que yo, de idiota, había perdido. Y este señor, por menos de diez dólares, quería someterme a un interrogartorio estilo Abhu Graib.

 

 

 

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